Vivir con un enfermo grave | Folleto Nº 083 | Lugar/Ort:Aldea Protestante | Fecha/Datum:1975 | | Resumen/Skopus: Dieses von mir ausgearbeitete Faltblatt wurde von der ER.-Pfarrkonferenz 29.7.1975 in General Ramírez ER anerkannt. Das Faltblatt wurde auch in deutscher Sprache gedruckt. Der Text liegt vor. | | Querida(o) mía(o): Me ha conmovido mucho la noticia de la enfermedad de su familiar. ¡Es tan difícil comprender que un ser querido ha enfermado tan gravemente! Ustedes viven en armonía, compartiendo las alegrías y los dolores. Seguramente tenían la esperanza que en poco tiempo la enfermedad sería vencida, dándoles aún muchos años de felicidad en el medio familiar. Sin embargo, ahora amenaza la triste verdad: humanamente ya nada se puede hacer. Usted sabe ahora que los días y semanas de convivencia están contados y debe prepararse para una despedida definitiva. Con esto se derrumba para usted todo un mundo. Ya no sabe qué hacer ni la misma Palabra de Vida, predicada y vivida por nuestro Señor Jesucristo, parece servirle de ayuda y consuelo en este momento. En esta situación aparentemente es mejor no pensar en sí mismo y dedicarse totalmente a las tareas que uno tiene por delante. Pienso que en su situación es realmente lo mejor que puede hacer. Además, estoy convencido que usted encontrará más de una respuesta a las preguntas y más de una solución a las dificultades, por las que le toca atravesar, si cumple con su responsabilidad de estar enteramente a disposición del ser amado y compartir con él las últimas alegrías y dolores, además de ocuparse de su familia. ¡Alégrese usted que puede acompañar a su familiar en el último tramo de su vida! El tiempo que les queda juntos les permitirá, quizás, fortalecer los lazos del amor familiar, inclusive alegrarse del presente, y tal vez preparar caminos para los tiempos que le toque vivir sin él. Pienso que con esto ya aparece la respuesta, aunque parcial, a la pregunta que no le da descanso: "Se puede o debe hablar de la gravedad de la enfermedad, o por consideración al estado del enfermo, engañarlo "piadosamente"? Si se trata por ejemplo del esposo o la esposa, con quien se compartió una vida de amor y verdad, es casi insoportable separarse en el lecho de muerte con una mentira, sea ésta expresada o callada. Si tan solo hemos entendido un poquito lo que significa la resurrección de Jesucristo para nosotros, entonces los cristianos no deberíamos ocultar entre nosotros cualquier amenaza de muerte. Y esto prácticamente puede valer para todos los miembros de la familia cristiana. Hay que reconocer que es muy difícil, pero no imposible, encontrar la manera más apropiada de hacer ver a un enfermo grave el real estado delicado en que se encuentra. Se han de evitar las palabras brutales o faltas de amor, como las siguientes, que a veces se escuchan: "Tienes que morir", o "Te quedan solamente dos semanas de vida". Esto sería empujar al enfermo a una situación sin esperanza. No debemos olvidarnos que cuando comunicamos algo sobre una enfermedad grave o sobre la muerte debemos transmitir también la seguridad de que la última decisión siempre está en manos de Dios. El enfermo debe saber, además, que se emplearán los medicamentos más nuevos, los tratamientos adecuados y que se hará todo cuanto sea necesario para atenuar la enfermedad, al menos por un tiempo, y por supuesto curar al enfermo, si es posible. Es muy importante demostrar al enfermo que toda la familia está dispuesta a intervenir en su ayuda. También puede ser útil mostrarle no de golpe, sino de a poco su estado real. Se ha comprobado, a través de muchas conversaciones mantenidas con enfermos graves, que casi todos ellos sospechan la gravedad de su estado, por más que sean engañados reiteradamente por sus familiares. La persona moribunda tampoco puede vivir sin ninguna esperanza, aunque más no sea en las pequeñas cosas que le causen alegría, le demuestren comprensión y participen de su difícil situación. Usted seguramente se preguntará: ¿Por qué es tan importante que el enfermo sepa cuál es su situación? Las razones son varias. Por un lado, para que los últimos momentos estén impregnados por un amor sincero que posibilite una despedida auténtica, que sin duda será de ayuda para todos. Por el otro lado, porque de esta manera se inicia en su familiar un proceso que lo llevará a aceptar a su propia muerte, como persona humana y como cristiana. Además, le permitirá abandonar esta vida consolada por el Evangelio. De este modo también podrá dejar en orden todo lo que debía arreglar en este mundo; terminar tal vez con las tensiones en la familia; decir una palabra orientadora a los demás, eliminar las posibles culpas otorgando el perdón. Por último, diciéndole la verdad sobre su estado, usted le da la posibilidad de que él coloque su futuro, lleno de confianza, en las manos de Dios. Vimos que al reconocer la seriedad de la enfermedad se inicia en el enfermo grave un proceso que lo lleva a una muerte digna de un ser humano. A continuación desarrollaré las e t a p a s de ese proceso. Al conocerlas usted estará mejor preparado para asistirlo hasta el último aliento. Quizás usted mismo encuentre la ayuda suficiente para aceptar lo que le ha tocado vivir: la enfermedad y la muerte cercana en la familia, y las consecuencias -que todo ello trae aparejado para usted. La primera reacción de las personas que son confrontadas tan directamente con su propia muerte es que NO LO CREEN. "El médico debe haberse equivocado", "Seguramente hay un error en los análisis", dicen. Piensan que no puede ser cierto porque ya se sienten mejor, o tienen nuevo ánimo. Para evitar que el enfermo caiga en estado de pánico, incluso a veces con pensamientos de suicidio, o que tenga un ataque nervioso, es necesario hablar con él sobre todas estas preguntas y dudas que le inquietan. Cuando el enfermo ha reconocido que su situación es inevitable, se inicia tanto para él como para su familia un tiempo sumamente difícil. Es el tiempo de la REBELIÓN, de la indignación contra su muerte. Acusa a Dios, a todos los que están relacionados con él y hasta a sí mismo. Nadie satisface pretensiones y deseos. Está disconforme con todo y con todos. Critica al médico, a la Iglesia, a los que lo visitan y a aquéllos que no vienen a verlo. Tanto el que no es cristiano, como el muy creyente deben pasar por esta etapa tan difícil. Esto es especialmente crítico para aquellas personas que tuvieron responsabilidades muy grandes u ocuparon puestos de importancia durante su vida activa y que inclusive dirigían todos los movimientos de la familia. La mejor manera de ayudarlo al enfermo en estos tiempos es no tomar como una ofensa personal sus palabras y actitudes cargadas de emociones. Trate de entender objetivamente todas sus quejas. Si es posible cumpla con todos sus deseos. No es ninguna ayuda para el enfermo si lo retamos o tratamos como él mismo trata a los que lo rodean. Por el contrario, y aunque le cueste mucho esfuerzo, muestre y practique conscientemente su amor hacia él. Cuando un ser humano es arrancado de su vida activa es muy comprensible que no quiera aceptar así porque sí nomás una situación tan marcada por lo definitivo. Esta etapa de la indignación pasa silenciosamente a otra que es perceptible únicamente para aquellas personas que están íntimamente ligados al enfermo. El saberse cercano a la muerte se convierte cada vez más en un pensamiento común para el enfermo. Sin embargo, aunque ya no se rebele más contra esa idea, sólo la acepta parcialmente. Discute e inclusive NEGOCIA CON DIOS, por cada mes, cada semana, cada día... Quizás hable así: "Señor, sólo te pido que me permitas estar en el casamiento de mi hijo", o "Sólo hasta que veamos nuestro primer nieto", o "Sólo hasta que me entere si por fin cobraremos la jubilación", o algo similar de mucho significado e importancia para él. Así trata de alargar el tiempo de alguna manera. La mejor forma de ayudarle en esta etapa es dándole promesas en pequeñas cosas de esta vida que, por supuesto, luego deben ser cumplidas al pie de la letra. Estas promesas pueden ser por ejemplo el anuncio de la visita de algún amigo o pariente, concertar la reconciliación con algún vecino. Tal vez se justifique pedir la visita del pastor para que en una conversación a solas se procure por medio del perdón eliminar los sucesos y recuerdos indeseables cargados de culpabilidad. De común acuerdo con el enfermo también se puede planear un culto familiar, al que se invita a participar a amigos y parientes. En dicha ocasión sería oportuno celebrar la Santa Cena. Pero la misma no debe ser entendida como un sacramento que se le da al "moribundo", sino como una fortificación para un cristiano en su camino. En este tiempo también debería prepararse todo lo relacionado a la sucesión o herencia, si es que corresponde, y según quién sea el enfermo. Muy interesante y consolador también será redactar por escrito el desarrollo de su vida, tal como el enfermo mismo la ve con todos sus altibajos. Todo lo que usted arregle y acomode junto con el enfermo, le ayudará a él a soportar mejor el tiempo de DEPRESION. Toda persona que sabe que sus días están contados, que su debilidad es cada vez mayor y que ya no puede recuperar tiempo, sufre física y espiritualmente. Sería insoportable para ella saber que las cosas que hemos mencionado, aún siguen sin resolver. Este sentimiento es todavía peor para aquella persona que siempre ha dejado estos asuntos para solucionarlos más adelante, sin tener a alguien que lo anime a arreglar las cosas a tiempo. Generalmente el enfermo ya no está en condiciones de recuperar, en esta etapa, lo que en su vida perdió en tiempo y en posibilidades. Aquí sólo le ayudamos verdaderamente poniendo bajo el signo del perdón todo lo que él desatendió en su momento. Para muchos enfermos es de ayuda el saber que todo sigue funcionando normalmente a pesar de su enfermedad: que por ejemplo continúan los trabajos del campo, que las tareas de la casa continúan haciéndose, que el futuro de la familia está asegurado. Es decisivo que en esta etapa el enfermo logre separarse cada vez más de la vida diaria y que esté dispuesto a comprender la esperanza, como una esperanza en una vida nueva, en un mundo nuevo. El enfermo estará sumamente consolado hasta el último minuto si sabe que se está haciendo todo lo posible para aliviarle cualquier dolor, de que no quedará solo en el momento de la muerte; en fin, que sus seres más queridos lo están y estarán acompañando. Esto vale sobre todo para los enfermos internados en un sanatorio o en un hospital. Por esta razón es preferible, siempre y cuando sea posible, que el enfermo pueda quedarse en su casa y en su medio familiar, donde todo el acompañamiento por parte de la familia se da en una forma natural. Pero, si se lo debe internar por cualquier motivo, debe hacerse todo lo posible para que el enfermo no esté solo ni se sienta solo en ningún momento. Es muy útil que un enfermo pueda recibir visitas; pero las personas que vienen a visitarlo deben tener mucho sentido común para saber qué y cuándo es necesario hablar, cuándo callarse, cuándo quedarse o cuándo despedirse. Si el enfermo ha pasado por estas distintas etapas -que dicho sea de paso, no siempre se presentan en el orden arriba anotado, sino que a veces se intercalan y hasta se repiten- se inicia el tiempo en que el enfermo se DESLIGA DE ESTA VIDA. Es el tiempo de su consentimiento a la muerte, que generalmente viene acompañado con un decaimiento de las fuerzas físicas. Esto tiene validez ante todo si el enfermo ha podido expresarse, si ha logrado superar su pasado y, tratándose por ejemplo de un padre o una madre, si sabe que el futuro de su familia está asegurado; y si puede sentirse tranquilo porque su atención será igualmente adecuada hasta el final. Ahora ya no le interesan los hechos concretos de este mundo y las conversaciones se hacen cada vez más esporádicas. Estas son reemplazadas por un estar silencioso del enfermo, por su apretón de manos en respuesta a una mirada alegre o a un pequeño cuidado cariñoso. En esta etapa el enfermo generalmente es accesible al mensaje de resurrección como consuelo y esperanza en medio de su morir. Los gritos, las peleas, los reproches, la falta de cariño y hasta ciertos esfuerzos medicinales para frenar la muerte a toda costa dificultan al enfermo el desprendimiento de esta vida. A esta altura del proceso ya no se pueden justificar más. Tiene mucho más valor que el enfermo pueda experimentar y sentir el amor de su familia hasta el último aliento. Así puede partir tranquilo de este mundo y encomendarse al nuevo futuro que Dios nuestro Señor le ha preparado por medio de Jesucristo. En este tiempo el enfermo muchas veces ya ni ocasiona molestias a sus familiares y necesita ya de menos cuidados. Por otra parte, sin embargo, debo advertirle que es muy probable que en esta etapa comiencen a sufrir los familiares más cercanos. Prepararse para la despedida es una experiencia dolorosa. No es fácil aceptar la pérdida de un ser querido como si fuera la voluntad de Dios. Seguramente habrá algún pastor dispuesto a orientarle concretamente a usted, si no puede lograr dominar esas penas y sufrimientos. Mi esperanza y deseo profundo es que estas reflexiones le ayuden a usted a acompañar con amor al enfermo en el duro camino que les toca vivir a ustedes. Además, quería aconsejarle para que su muerte sea digna de un ser humano, alumbrada por el sol brillante del día de la resurrección. Con afectuosos saludos para usted y su familia, quisiera que nos coloquemos todos bajo la seguridad que el Apóstol del Señor expresó así: "Si vivimos, vivimos para el Señor; y si morimos, morimos para el Señor. Así que tanto en la vida como en la muerte, somos del Señor." SU PASTOR Elaborado por Carlos Schwittay, después aceptado por el Distrito Entre Ríos. -29-7-1975-
|
|